domingo, 21 de diciembre de 2014
martes, 15 de diciembre de 2009
Invasión
12:10 del mediodia. Llamda a telefono celular de T. Responde con voz de dormido.
T
Hooolaaa
K
¿¡¿Estás durmiendo?!?
T
No, me estoy escondiendo.
K
¿Escondiendo de quién?
T
Me estoy haciendo el dormido porque llegaron mis sobrinas que viven en Brasil y me quieren poner de niñero.
K
Nunca tengamos hijos.
Hooolaaa
K
¿¡¿Estás durmiendo?!?
T
No, me estoy escondiendo.
K
¿Escondiendo de quién?
T
Me estoy haciendo el dormido porque llegaron mis sobrinas que viven en Brasil y me quieren poner de niñero.
K
Nunca tengamos hijos.
jueves, 8 de octubre de 2009
Lindo día, fea sensación
Nunca me van a sacar una foto porque me visto bien.
Nunca voy a ser flaca.
Nunca voy a terminar esta carrera.
Nunca me voy a ir a estudiar o trabajar afuera.
Nunca me voy a poder comprar mi casa.
Nunca voy a estar mínimamente tranquila.
Nunca voy a cantar.
Nunca voy a estar orgullosa de lo que hago.
Nunca a nadie le va a gustar lo que hago.
Nunca voy a cambiar.
Nunca voy a ser flaca.
Nunca voy a terminar esta carrera.
Nunca me voy a ir a estudiar o trabajar afuera.
Nunca me voy a poder comprar mi casa.
Nunca voy a estar mínimamente tranquila.
Nunca voy a cantar.
Nunca voy a estar orgullosa de lo que hago.
Nunca a nadie le va a gustar lo que hago.
Nunca voy a cambiar.
sábado, 3 de octubre de 2009
Chacarita
Parados entre los nichos que guardan algo que en algún momento fueron personas, el sol se cuela por los jardines y ese olor indescifrable, entre químico y de putrefacción, nos rodea.
Y sobre el rayo de luz se recorta él. Me mira sonriendo, como sabiendo.
De nuevo el miedo a la muerte.
Y sobre el rayo de luz se recorta él. Me mira sonriendo, como sabiendo.
De nuevo el miedo a la muerte.
sábado, 11 de julio de 2009
Sangre, sudor y lágrimas
Mirando lo que pasa alrededor de uno, por comparación se revelan las miserias que arrastran la vida.
Hace 6 años estoy en una carrera que ni siquiera me permite seguir estudiando en el exterior. Voy a la Universidad para no ser universitaria. Una vocación que elegí en contra de todas las restricciones de poder, porque si señores, si hay una cosa muy difícil, es estudiar una carrera de la FADU sin apoyo de la familia.
El sufrimiento eterno. E insisto, eterno. Cada vez más largo, más cerca y por eso mas inalcanzable. Un lapso tan largo de tiempo que me quitó el amor por la vocación. ¿O será la gente? ¿Será la facultad?
Ya es tarde. Desperdicié mi tiempo, elegí no vivir. Hice malas elecciones, pero no dejo de estar orgullosa de mi vocación. Una de las profesiones más subestimadas en este país, por la cual se atraviesan calvarios de sangre y sudor durante años.
Pero se podría hablar de la riqueza de estudiar en la FADU, hogar de glorias y eminencias del diseño argentino. Pero no. Porque en una facultad tan prestigiosa, los diseñadores que se dedican al indumento o a los tejidos son los hijos bobos, la frivolidad, “los de los trapos”, a los que no hay que abrirles las puertas para nada, porque no hay que desperdiciar riqueza académica en ellos.
Y después de seguir luchando contra todos los factores de la facultad y del mundo exterior, uno siente, con tantos años de bagaje, que tiró su tiempo. Que la única forma de sobrevivir en este país es flanquear ante el sistema y convertirse en un mero engranaje. ¿Para qué estudiar en la universidad entonces? ¿Para qué arriesgarse a perder el amor a la vocación?
No somos arquitectos. Entonces no pensemos como ellos. No dejemos que nos ganen en este sistema de autoridad que terminan haciendo que nos autodespreciemos, desde docentes, alumnos y mercado. Que esto que me pasó a mi no le pase a otras personas que podrían aportar tanta riqueza a todo. Dejen de quitarle el amor al diseño.
Hace 6 años estoy en una carrera que ni siquiera me permite seguir estudiando en el exterior. Voy a la Universidad para no ser universitaria. Una vocación que elegí en contra de todas las restricciones de poder, porque si señores, si hay una cosa muy difícil, es estudiar una carrera de la FADU sin apoyo de la familia.
El sufrimiento eterno. E insisto, eterno. Cada vez más largo, más cerca y por eso mas inalcanzable. Un lapso tan largo de tiempo que me quitó el amor por la vocación. ¿O será la gente? ¿Será la facultad?
Ya es tarde. Desperdicié mi tiempo, elegí no vivir. Hice malas elecciones, pero no dejo de estar orgullosa de mi vocación. Una de las profesiones más subestimadas en este país, por la cual se atraviesan calvarios de sangre y sudor durante años.
Pero se podría hablar de la riqueza de estudiar en la FADU, hogar de glorias y eminencias del diseño argentino. Pero no. Porque en una facultad tan prestigiosa, los diseñadores que se dedican al indumento o a los tejidos son los hijos bobos, la frivolidad, “los de los trapos”, a los que no hay que abrirles las puertas para nada, porque no hay que desperdiciar riqueza académica en ellos.
Y después de seguir luchando contra todos los factores de la facultad y del mundo exterior, uno siente, con tantos años de bagaje, que tiró su tiempo. Que la única forma de sobrevivir en este país es flanquear ante el sistema y convertirse en un mero engranaje. ¿Para qué estudiar en la universidad entonces? ¿Para qué arriesgarse a perder el amor a la vocación?
No somos arquitectos. Entonces no pensemos como ellos. No dejemos que nos ganen en este sistema de autoridad que terminan haciendo que nos autodespreciemos, desde docentes, alumnos y mercado. Que esto que me pasó a mi no le pase a otras personas que podrían aportar tanta riqueza a todo. Dejen de quitarle el amor al diseño.
miércoles, 17 de junio de 2009
Nadie sabe como pasó...
...pero de repente me apagué.
En el momento menos oportuno.
Vuelvo cuando me vuelva la luz.
O decida cambiarme de distribuidora.
En el momento menos oportuno.
Vuelvo cuando me vuelva la luz.
O decida cambiarme de distribuidora.
martes, 28 de abril de 2009
La Cocina
En ese momento me di cuenta. Me había costado, el punto de vista era diferente. Yo media un metro más y había vivido años.
“De jamón y queso quiero”. Pero no había. Mamá entró de apurón al primer lugar que encontró al salir del hospital. Yo ya estaba cansada.
Caminando sin parar a través de pasillos interminables, subiendo escaleras y ascensores, hablando con recepcionistas una y otra vez.
Los turnos recién existían para el mes siguiente. “Soy del interior, por favor, ¿no me podrías dar un sobreturno?”.
Todos los techos eran altísimos. En Formosa nunca vi que algo fuera tan alto. Y yo me sentía tan chiquita, los edificios me comían. Me estudiaba las salas de espera de memoria, muerta de aburrimiento. Una vez más el señor doctor iba a apagar la luz y a preguntarme si veía la manzanita de la tercera fila. Mamá luego lucharía horas conmigo para ponerme unas gotas en los ojos, yo llorando desconsoladamente y ella insistente con la promesa de que me daba todo lo que quiera del primer kiosco que viéramos al salir.
Y un día frio de aquel mayo, salimos de aquel hospital. Gigante también. Encontró una puerta y entramos. El lugar era igual de alto que todos los lugares a los que habíamos entrado. Pero era chiquitito. No podíamos caminar, el bar rebalsaba de gente que a los codazos recibía los pedidos de la barra. Empanadas era lo único que vendían. “¿De qué querés?”. Pero no estaban las que yo quería, trataba de mirar la cartelera de puntas de pie por encima de la barra.
“Vamos a un lugar que venden unas empanadas riquísimas”, me dijo mi amiga de la infancia. Pedí 2 de carne. Y el olor me hizo recordar.
“De jamón y queso quiero”. Pero no había. Mamá entró de apurón al primer lugar que encontró al salir del hospital. Yo ya estaba cansada.
Caminando sin parar a través de pasillos interminables, subiendo escaleras y ascensores, hablando con recepcionistas una y otra vez.
Los turnos recién existían para el mes siguiente. “Soy del interior, por favor, ¿no me podrías dar un sobreturno?”.
Todos los techos eran altísimos. En Formosa nunca vi que algo fuera tan alto. Y yo me sentía tan chiquita, los edificios me comían. Me estudiaba las salas de espera de memoria, muerta de aburrimiento. Una vez más el señor doctor iba a apagar la luz y a preguntarme si veía la manzanita de la tercera fila. Mamá luego lucharía horas conmigo para ponerme unas gotas en los ojos, yo llorando desconsoladamente y ella insistente con la promesa de que me daba todo lo que quiera del primer kiosco que viéramos al salir.
Y un día frio de aquel mayo, salimos de aquel hospital. Gigante también. Encontró una puerta y entramos. El lugar era igual de alto que todos los lugares a los que habíamos entrado. Pero era chiquitito. No podíamos caminar, el bar rebalsaba de gente que a los codazos recibía los pedidos de la barra. Empanadas era lo único que vendían. “¿De qué querés?”. Pero no estaban las que yo quería, trataba de mirar la cartelera de puntas de pie por encima de la barra.
“Vamos a un lugar que venden unas empanadas riquísimas”, me dijo mi amiga de la infancia. Pedí 2 de carne. Y el olor me hizo recordar.
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